“This is de modern world!”
The Jam. London, 1977.
Hace unos días, en la clase de T. A. I. 3 surgió el debate acerca de si la biblioteca
escolar de un colegio debía crear una página institucional para promocionarse en Facebook. Los que estábamos
a favor creíamos que para poder atraerlos debíamos aprovechar al máximo las herramientas
digitales. Quienes se oponían lo hacían por el riesgo de que la página se transformara en un escenario
de violencia escolar o bullying.
Si con un celular y una P. C. produjéramos con nuestros
alumnos un video como el que se ve a continuación, sería ‘antiguo’ hacerlo circular
en una cadena de mails. Es cierto que podríamos subirlos a nuestro blog, pero
también es cierto que los chicos no participan tan activamente de un blog como
lo hacen en una página de facebook.
Ahora, según lo expresado por mis compañeros y concuerdo con ello, si hay algo que
complica la situación es que resulta muy difícil ejercer algún tipo de control en
las redes sociales. Los chicos están conectados fuera del horario escolar y eso
escapa a nuestras posibilidades. De allí deriva el miedo y la respuesta: cerrar
la página o directamente no abrirla.
La pregunta obvia es ¿solucionamos los problemas de bullying
impidiendo la página? ¿esto contribuye a la aceptación entre los niños?
Hoy día, toda enseñanza que proponga el respeto será
incompleta sino puede aplicarse en el espacio en el que los chicos se
relacionan, es decir, el espacio virtual. Las conductas de bullying surgen
muchas veces del miedo al diferente y pareciera que los docentes también sufren
esos miedos, solo que lo expresan de diferente manera.
Sin ser un bicho tecnológico refuerzo mi sensación de que al
negarnos a abrir una página de Facebook en nuestra institución escolar hablamos
también de nuestros propios miedos frente a un espacio que no conocemos y que
no nos es natural. Un espacio virtual que es absolutamente dominado por los chicos y en el que perderíamos rápidamente nuestro lugar si tocamos mal un
botón. Pensemos, de haber sido maestros o bibliotecarios en la década del 50
hubiéramos tenido el poder de enseñar a buscar en un diccionario: hoy cualquier
niño podría enseñarnos a buscar rudimentariamente en un buscador virtual, y aun
en muchos casos son ellos quienes nos dicen que botón tocar.
Pero todo esto que escribo parte de una experiencia personal.
Tengo dos hijos, uno de 5 años y otro de 10. Un pensamiento
que tuve cuando ellos fueron creciendo y comenzaron a relacionarse con la
tecnología y los juegos (Consola Sega, Play Station, juegos de P. C.) fue
suponer que no habría brecha generacional entre ellos y yo: gran parte de mi
primera adolescencia la pasé dentro de un local de juegos electrónicos comprando
y gastando fichines en el Wonder Boy, Kunfu Master, Bougle Bougle y Double
Dragon. Suponía que ese carnet de moderno rompía el abismo que en ese sentido
existió entre mi padre y yo.
Pero pronto comprobé que si yo fui moderno, mis hijos
postmodernos.
Los primeros tiempos mi hijo mayor se entretuvo con juegos
similares a los que yo jugaba cuando adolescente. Jugábamos al Sonic y a los de
autos. Pero cuando empezó a hacer más amigos en el colegio mi hijo se aburrió.
Mejor dicho, conoció el Minecraft.
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Granja Minecraft |
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Un día en la vida... Minecrat |
El Minecraft es un juego para computadoras que está muy de
moda entre los chicos de los 7 años hasta los 18 o más. Uno se descarga un
mundo virtual como el nuestro y comienza hacer cosas dentro de él. Con la
descarga inicial se obtienen los elementos mínimos para construir una casa y
protegerse de algunos malos fantasmas que siempre andan por ahí de noche (no olvidemos que en Minecraft amanece y oscurece todos los días). Lo
que lo hace atractivo para los es que pueden descargarse mods. Estas son
aplicaciones que permiten desde crear animales y darles de comer a descargar una
pantalla para ver videos reales en You Tube (dentro del mismo juego). Desde conseguir oxidiana, que hará
más resistente las paredes de una casa hasta llevar oxigeno a la luna para
sobrevivir en un viaje al espacio exterior. El juego tiene un nivel de
complejidad elevado y es por eso que mi hijo consulta tutoriales para ayudarse
o los crea explicando un nuevo descubrimiento.
Algo que me impresionó mucho es que en el juego los chicos
también pueden encontrarse de manera virtual con otros jugadores. De hecho mi
hijo se encuentra regularmente con compañeros de colegio y como en la realidad
misma, juegan a destruirse sus casas virtuales o se ayudan a construir nuevas. Después
de unas semanas de observar a mi hijo, comprendí mejor el juego y sentí nostalgia:
aunque el juego no me seduce en lo más mínimo, me recordé de chico y lamenté
que en aquella época no hubiera habido un juego con tantas y tan increíbles
posibilidades.
Traigo este ejemplo tal vez un poco extenso porque
fue después de ver a mi hijo jugar Minecraft que entendí que la virtualidad es
el ámbito natural para ellos y que así como en otra época demandamos que
nuestros mayores compartieran nuestros nuevos códigos, ellos ahora hacen lo
mismo. Para ellos, lo nuevo no es el mail ni poder descargar discos. Ellos van
a ir siempre un paso adelante, pero no dejemos que sea más de un paso. Y debemos
vencer miedos y prejuicios si queremos tener algún tipo de éxito en nuestras
propuestas: sería frustrante y autoritario no acercarnos con los chicos al
mundo virtual.
Cierro volviendo al principio. Creo no está todo perdido para
los mayores de 25. Más bien lo contrario, nos espera una gran tarea, y es la
integración: nosotros no sabemos cómo, pero sí sabemos hacia donde. Los chicos
no saben hacia donde, pero sí saben cómo.
Pd: mi hijo lee Mafalda y hace atletismo!